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Agresiones a jóvenes homosexuales

Artículo publicado en el diario El Pueblo de Albacete - 14 de Marzo 2007 - María del Carmen Vasco Mogorrón

   No es la primera vez que me pronuncio sobre lo intolerante que es a veces nuestra sociedad. Es casi reaccionaria. Se asusta de los cambios. Los rechaza. Los evita. No se cuestiona si pueden ser mejores o peores. Prefiere mirar a otro sitio.

   La mayorías no dejan que las minorías puedan vivir, respirar, abrirse paso. Realmente me asombro. Qué difícil resulta hoy vivir de acuerdo con unos cánones o costumbres que no sean los de la mayoría. Se juzga constantemente a lo que se considera minoritario. Se le tacha de marginal, desviado, no correcto, hasta enfermo.

   Nuestra democracia nos regaló algo grande, no la libertad, sino vivir en libertad. Poder elegir dónde vivir, cómo hacerlo, con quién hacerlo, cómo ganarnos los vida, como diseñar nuestra propia vida. La independencia, poder tomar nuestras propias decisiones, aunque nos equivoquemos, es el valor más grande que puede tener cualquier persona, después de existir, claro.

   Sin embargo, lejos de cuidar esta bonita combinación de colores, este estado ideal, la lucha máxma a la que puede aspirar un ser humano, la aspiración por la libertad, parece que nos estamos empecinando por convertirnos en pequeños dictadores, cada uno en nuestro ámbito de poder, ya sea mayor o más pequeño, cada uno donde puede, donde le dejan.

   No me hato esta reflexión en vano. Era una idea que ya me rondaba. Pero lejos de abandonarme, cada día se asienta más en mi cabeza.

   España lleva ya, sobre todo hace algunos años, intentando luchar contra el maltrato a la mujer. Se intentó combatir la muerte sexista y ello llevó a aprobar una reforma del Código Penal, a mi juicio, inconstitucional. Con estupefacción hemos podido comprobar que unas leyes penales contrarias a la Constitución no nos han sacado del atolladero, porque los malos tratos con resultado de muerte han aumentado.

   Ahora yo me pregunto si el problema no sea que cada día nos estamos radicalizando más y cada vez seamos más intolerantes. Me planteo si estamos tirando las oportunidades que nos brinda nuestra democracia por la borda, dándonos los unos a los otros la peor vida entre todas las posibles.

   No le damos mucha importancia al maltrato que puedan estar sufriendo los jóvenes homosexuales o transexuales. Los resultados del estudio sobre adolescencia y sexualidades minoritarias, elaborado por la Comisión de Educación del Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid pueden ponerle a uno los pelos como escarpias.

   Según este informe, nuestros jóvenes gays se llevan la palabra "suerte" constantemente a la boca. Suerte por ser homosexuales y que en los centros educativos a uno no lo agredan, lo aíslen, suerte por tener amigos, suerte por no recibir palizas. Todos llegan a la misma conclusión: "Que no te peguen por ser gay es una suerte". Estos jóvenes se quejan de no ser además aceptados por sus propios padres, con los que no tienen libertad para hablar de su problema. Para mí la palabra homosexual aquí está mal empleada. Ser homosexual o bisexual no es un problema, es una opción sexual, igual de digna que la de cualquiera.

   La razón por la cual, antes de tratar el tema de la discriminación homosexual en los centros educativos, he querido pasar, medio de puntillas, por delante del maltrato a la mujer, es para atar dos cabos de dos sectores que, a veces, tienen que pedir disculpas por ser quienes son, dar las gracias por no haber sido maltratados.

   Y es que, lo queramos ver o no, parece que vivimos en la era del acoso y del maltrato, entre compañeros de trabajo, en los centros educativos, en las relaciones sociales, en la familia. La mayor amenaza a la persona está empezando a ser la aceptación social, laboral y familiar. Si este resultado lo ponemos en relación con el espíritu democrático que tendría que regir nuestras acciones contidianas, se nos pueden encender todos los pilotos de emergencia.

   La solución no está en el endurecimiento de las penas. Está en nuestras mentalidades. Si algo está fallando en esta sociedad, que nos aboca a ser intolerantes y a maltratar, propongo que se estudien las causas y que se intente erradicar este germen ya desde nuestra tierna infancia. Propongo que, ya desde pequeños, a los menores se les imparta una asignatura obligatoria sobre la tolerancia y comportamiento democrático.

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